El Pride of Bilbao en el puerto de Santurtzi
Acabamos de llegar de uno de esos viajes que hacía tiempo que quería hacer, el trayecto entre Santurtzi y Portsmouth en el "Pride of Bilbao". En un viaje de ida y vuelta de tres días y medio se atraviesa el Golfo de Bizkaia, uno de los mejores lugares para ver cetáceos y aves marinas de todo el Atlántico Norte, sobre todo durante finales de verano y principios de otoño.
Ruta del Pride of Bilbao a través del Golfo de Bizkaia y el Canal de la Mancha
Aparte de la observación de estos animales estos viajes son siempre una buena disculpa para encontrarse con viejos amigos, tan locos como yo y que aunque sea con menos frecuencia de la que quisiéramos coincidimos en alguno de estos saraos una o dos veces al año.
El viento del nordeste no era muy favorable, ya que suele ser sinónimo de escasez de aves marinas, pero aun así el estado de la mar era lo suficientemente bueno para que pudieramos disfrutar de la observación de varias especies de cetáceos, sobre todo rorcuales y delfines. Sorprendentemente, cuando llevábamos poco más de una hora de viaje, el barco comenzó a virar en redondo, lo que evidentemente no era una buena señal. Según nos confirmarón por megafonía, una urgencia médica de uno de los pasajeros les obligaba a regresar a puerto por lo que entre ida y vuelta zarpamos definitivamente con más de tres horas de retraso. Como comprobaríamos después este hecho condicionaría todo el viaje ya que no se cumpliría el horario de llegada a los puntos calientes de observación, los barrancos franceses, donde se asciende bruscamente desde mas de 4000 metros de profundidad hasta los 200 metros de la plataforma y que es la principal zona de alimentación tanto de los cetáceos como de las aves marinas.
A las pocas millas de distancia de la costa apareció un grupo de pardelas cenicientas (Calonectris diomedea) que se aproximaron a la proa del barco resguardándose del fuerte viento y estuvieron surfeando entre las olas durante unos minutos hasta que desaparecieron. Entre ellas volaban un par de pardelas capirotadas (Puffinus gravis) que también se fueron descolgando del grupo hasta abandonarnos definitivamente.
Parecía que el viaje se iba a animar aunque desgraciadamente después de las pardelas apenas vimos más aves marinas, lo que confirmaba una vez mas que los vientos del este no son nada buenos para su observación. Solo esperábamos que de un momento a otro apareciera algún cetáceo y buscábamos sin cesar cualquier indicio que los delatara: un soplido, un salto, una sombra sospechosa en el agua, pero no aparecía nada, la mar estaba desierta.
Después de unas horas algo saltó no muy lejos del barco, y al poco tiempo saltó de nuevo y así hasta tres veces. Se trataba de un zifio de cuvier (Zyphius cavirostris) y poco después de ver a ese ejemplar otro más apareció por sorpresa nadando a estribor sin que me diera tiempo a sacarle una foto decente, pero pudimos ver perfectamente el color marrón del dorso e incluso los dos colmillos característicos de los machos. Aun había esperanzas de que se pudiera arreglar el día aunque definitivamente ya no nos daría tiempo a llegar a los barrancos antes de que anocheciera.
Las horas fueron pasando y las ballenas no aparecían, alguien decía haber visto un lomo, alguien un soplido pero a pesar de las carreras de un lado a otro se estaban haciendo de rogar y la luz se iba acabando sin que los esperados rorcuales se dignaran a aparecer. Parecía que habría que esperar al día siguiente, aunque según decian los veteranos en estos viajes y Gorka Ocio, organizador del minicrucero, lo bueno llegaría el último día, cuando en el viaje de vuelta pasáramos de nuevo sobre los ya famosos barrancos franceses.
Además de los fanáticos de las marinas se apuntaron a este viaje mis amigos Paloma y Miguel Angel, que en compañía de sus dos hijos cambiaron las dehesas toledanas por el Mar Cantábrico con intencion de ver ballenas, delfines y todo lo que terciara. Pero parecía que la cosa seguía sin animarse y empezaban a no creerse que realmente estuvieran ahí abajo (y yo empezaba a creerlos a ellos).
El lunes por la mañana amanecimos en el Canal de la Mancha, una zona no muy buena para los avistamientos pero que era el paso obligado hasta Portsmouth, donde estaba previsto que llegáramos a las 9 de la noche en vez de a las 6 de la tarde ya que no habíamos conseguido recuperar el retraso del primer día. Por el camino sólo vimos alguna pardela despistada y varios alcatraces (Morus bassanus), probablemente algunos de los reproductores de las colonias bretonas.
Mientras el tiempo pasaba nos entreteníamos mirando los gigantescos barcos cargados de contenedores y los petroleros que surcaban las aguas del canal. Al llegar al Portsmouth tuvimos que desembarcar y aprovechamos para tomarnos unas pintas en uno de los pubs de la localidad, no sin antes jugarnos el pellejo atravesando la carretera y saltando las vallas mientras seguíamos a Oscar, al que habíamos nominado líder de la expedición sin que a él le hiciera demasiada gracia.
De nuevo en el barco nos avisaron de un nuevo retraso, finalmente zarparíamos a la una de la mañana en vez de a las 9 de la noche, que sería el horario normal en este viaje. Las probabilidades de que pudieramos llegar a tiempo a los barrancos eran cada vez menores, pero la esperanza es lo último que se pierde y parecía imposible que el tercer día fuera a ir peor que los dos anteriores.
Al amanecer del martes nos despertamos con una considerable marejada dentro del canal, con olas que en algunos momentos superaban los 4 y 5 metros de altura, mucho viento y lluvia. La cosa se ponía cada vez mas fea y parecía que definitivamente este no iba a ser nuestro viaje.
A medida que fueron pasando las horas y nos ibamos acercando al Golfo de Bizkaia la mar empezó a mejorar y se empezaron a abrir algunos claros. Aun así la cantidad de aves era mínima y los cetáceos brillaban por su ausencia. De vez en cuando alguien gritaba y tras las consiguientes carreras conseguimos ver unos cuantos fulmares (Fulmarus glacialis), pardelas y poca cosa más.
Lo mas destacado fueron unas pocas Gaviotas de Sabine (Xema sabini) que se acercaron al barco dejándonos que las observáramos a placer, pero la escasez de aves y sobre todo de cetáceos ya empezaba a ser sospechosa y muchos empezamos a dudar entre pasar por la quilla al txabalote Gorka o tirar por la borda a Albert, que también por aclamación popular fue considerado el gafe oficial del viaje.
A medida que nos adentrábamos en el Golfo de Bizkaia las condiciones iban mejorando, la marejada de la mañana había dado paso a una ligera marejadilla con olas de un metro y un cielo casi completamente despejado. Pero nada cambiaba, las horas pasaban y los rorcuales seguían sin aparecer, ni saltos, ni soplidos, ni siquiera una mancha sospechosa que nos despertara del sopor que poco a poco nos iba invadiendo a todos.
La mayoría de la gente ya se había dado por vencida, y el cansancio de tres días seguidos en pie con los ojos pegados a prismáticos y telescopios empezaba a ser considerable. Cada vez había más gente sentada por la cubierta o haciendo corrillos en los que los que los que ya habían estado en otros viajes nos contaban a los nuevos historias de ballenas, de manadas de orcas cazando delfines, de balsas de miles de pardelas y nos repetían una y otra vez que dentro de poco llegaríamos a la tierra prometida.
Ya eran las 7 de la tarde cuando llegamos a la zona de los barrancos franceses, en teoría el punto culminante del viaje, aunque con 4 horas de retraso. De repente alguien avisó de que un grupo de delfines comunes de acercaban nadando hacia la proa. Necesitábamos eso para despertar del sopor y correr hacia las barandillas, ya no pedíamos ballenas, ni orcas ni cachalotes, solo algo, y los delfines eran lo más emocionante que había pasado en todo el día. Varios grupos se fueron acercando durante unos cinco minutos, no sabíamos a donde mirar porque no queríamos perdernos nada.
Tan rápido como aparecieron por la proa desaparecieron por la popa, pero al menos la gente que ya había dejado los prismáticos a un lado los agarró de nuevo y todos nos volvimos a pegar a las barandillas. La suerte iba a cambiar y aunque solo faltaba una hora para que oscureciera volvimos a creernos que las ballenas llegarían para alegrarnos la tarde.
Mientras mirábamos la mar con más de mil ojos unas aletas negras mayores que las de un delfín aparecieron de repente al lado del barco. Por un momento y confundido por la espuma blanca que dejaron al sumergirse pense que se trataba de un grupo de orcas y grite todo lo que pude provocando algunos amagos de infarto en varias personas. Cuando las aletas aparecieron de nuevo me di cuenta de mi error y pude comprobar que se trataba de un pequeño grupo de calderones (Gobicephala melas). No era lo que esperaba pero al menos era algo, ya no podíamos pedir mucho más porque empezaba a anochecer y cada vez se veía menos.
Cuando apenas quedaba algo de luz pudimos ver unas cuantas pardelas cenicientas y capirotadas surfeando las olas cerca del barco. Era evidente que estabamos en el lugar que llevábamos esperando durante horas pero desafortunadamente habíamos llegado tarde.
Había anochecido y el viaje llegaba a su fin. A la mañana siguiente llegaríamos de nuevo a Santurtzi tras tres dias de viaje. Nuestras espectativas no se habían cumplido pero a pesar de todo no estábamos tristes por ello, estabamos más tristes pensando que se había acabado el viaje y que probablemente pasarían varios meses hasta que nos volvieramos a reunir todos otra vez para hablar de ballenas y de aves marinas, a reirnos y a contarnos batallitas.
Una cosa que nunca debemos olvidar es que la Naturaleza es imprevisible y que al contrario que en un zoo o en un acuario, los animales no están enjaulados ni tienen un horario. Mientras nos despediamos después de desayunar sólo teníamos una cosa clara, el año que viene volveríamos a buscar a las ballenas. No se si veremos muchas, pocas o ninguna, si saltarán, si soplarán o si nadarán cerca del barco, pero allí estaremos y si no las vemos hablaremos de ellas.
Pardela capirotada (Puffinus gravis)
Parecía que el viaje se iba a animar aunque desgraciadamente después de las pardelas apenas vimos más aves marinas, lo que confirmaba una vez mas que los vientos del este no son nada buenos para su observación. Solo esperábamos que de un momento a otro apareciera algún cetáceo y buscábamos sin cesar cualquier indicio que los delatara: un soplido, un salto, una sombra sospechosa en el agua, pero no aparecía nada, la mar estaba desierta.
Zifio de Cuvier (Zyphius cavirostris)
Después de unas horas algo saltó no muy lejos del barco, y al poco tiempo saltó de nuevo y así hasta tres veces. Se trataba de un zifio de cuvier (Zyphius cavirostris) y poco después de ver a ese ejemplar otro más apareció por sorpresa nadando a estribor sin que me diera tiempo a sacarle una foto decente, pero pudimos ver perfectamente el color marrón del dorso e incluso los dos colmillos característicos de los machos. Aun había esperanzas de que se pudiera arreglar el día aunque definitivamente ya no nos daría tiempo a llegar a los barrancos antes de que anocheciera.
Jon y yo contando ballenas en sueños
Las horas fueron pasando y las ballenas no aparecían, alguien decía haber visto un lomo, alguien un soplido pero a pesar de las carreras de un lado a otro se estaban haciendo de rogar y la luz se iba acabando sin que los esperados rorcuales se dignaran a aparecer. Parecía que habría que esperar al día siguiente, aunque según decian los veteranos en estos viajes y Gorka Ocio, organizador del minicrucero, lo bueno llegaría el último día, cuando en el viaje de vuelta pasáramos de nuevo sobre los ya famosos barrancos franceses.
Paloma y Miguel Angel ("con lo bonito que es pasear por la dehesa y nosotros aquí")
Además de los fanáticos de las marinas se apuntaron a este viaje mis amigos Paloma y Miguel Angel, que en compañía de sus dos hijos cambiaron las dehesas toledanas por el Mar Cantábrico con intencion de ver ballenas, delfines y todo lo que terciara. Pero parecía que la cosa seguía sin animarse y empezaban a no creerse que realmente estuvieran ahí abajo (y yo empezaba a creerlos a ellos).
El lunes por la mañana amanecimos en el Canal de la Mancha, una zona no muy buena para los avistamientos pero que era el paso obligado hasta Portsmouth, donde estaba previsto que llegáramos a las 9 de la noche en vez de a las 6 de la tarde ya que no habíamos conseguido recuperar el retraso del primer día. Por el camino sólo vimos alguna pardela despistada y varios alcatraces (Morus bassanus), probablemente algunos de los reproductores de las colonias bretonas.
Mientras el tiempo pasaba nos entreteníamos mirando los gigantescos barcos cargados de contenedores y los petroleros que surcaban las aguas del canal. Al llegar al Portsmouth tuvimos que desembarcar y aprovechamos para tomarnos unas pintas en uno de los pubs de la localidad, no sin antes jugarnos el pellejo atravesando la carretera y saltando las vallas mientras seguíamos a Oscar, al que habíamos nominado líder de la expedición sin que a él le hiciera demasiada gracia.
De nuevo en el barco nos avisaron de un nuevo retraso, finalmente zarparíamos a la una de la mañana en vez de a las 9 de la noche, que sería el horario normal en este viaje. Las probabilidades de que pudieramos llegar a tiempo a los barrancos eran cada vez menores, pero la esperanza es lo último que se pierde y parecía imposible que el tercer día fuera a ir peor que los dos anteriores.
Al amanecer del martes nos despertamos con una considerable marejada dentro del canal, con olas que en algunos momentos superaban los 4 y 5 metros de altura, mucho viento y lluvia. La cosa se ponía cada vez mas fea y parecía que definitivamente este no iba a ser nuestro viaje.
Jesús (después de haber "respichado") y Olga a la busca de algún sintoma de vida animal
A medida que fueron pasando las horas y nos ibamos acercando al Golfo de Bizkaia la mar empezó a mejorar y se empezaron a abrir algunos claros. Aun así la cantidad de aves era mínima y los cetáceos brillaban por su ausencia. De vez en cuando alguien gritaba y tras las consiguientes carreras conseguimos ver unos cuantos fulmares (Fulmarus glacialis), pardelas y poca cosa más.
Fulmar (Fulmarus glacialis)
Lo mas destacado fueron unas pocas Gaviotas de Sabine (Xema sabini) que se acercaron al barco dejándonos que las observáramos a placer, pero la escasez de aves y sobre todo de cetáceos ya empezaba a ser sospechosa y muchos empezamos a dudar entre pasar por la quilla al txabalote Gorka o tirar por la borda a Albert, que también por aclamación popular fue considerado el gafe oficial del viaje.
Gaviota de Sabine (Xema sabini) adulta en plumaje de verano
A medida que nos adentrábamos en el Golfo de Bizkaia las condiciones iban mejorando, la marejada de la mañana había dado paso a una ligera marejadilla con olas de un metro y un cielo casi completamente despejado. Pero nada cambiaba, las horas pasaban y los rorcuales seguían sin aparecer, ni saltos, ni soplidos, ni siquiera una mancha sospechosa que nos despertara del sopor que poco a poco nos iba invadiendo a todos.
Araceli, Claudia y Paloma dormitando en cubierta
La mayoría de la gente ya se había dado por vencida, y el cansancio de tres días seguidos en pie con los ojos pegados a prismáticos y telescopios empezaba a ser considerable. Cada vez había más gente sentada por la cubierta o haciendo corrillos en los que los que los que ya habían estado en otros viajes nos contaban a los nuevos historias de ballenas, de manadas de orcas cazando delfines, de balsas de miles de pardelas y nos repetían una y otra vez que dentro de poco llegaríamos a la tierra prometida.
Nico, yo, Óscar y Jesús rendidos a la evidencia
Ya eran las 7 de la tarde cuando llegamos a la zona de los barrancos franceses, en teoría el punto culminante del viaje, aunque con 4 horas de retraso. De repente alguien avisó de que un grupo de delfines comunes de acercaban nadando hacia la proa. Necesitábamos eso para despertar del sopor y correr hacia las barandillas, ya no pedíamos ballenas, ni orcas ni cachalotes, solo algo, y los delfines eran lo más emocionante que había pasado en todo el día. Varios grupos se fueron acercando durante unos cinco minutos, no sabíamos a donde mirar porque no queríamos perdernos nada.
Delfines comunes (Delphinus delphis)
Tan rápido como aparecieron por la proa desaparecieron por la popa, pero al menos la gente que ya había dejado los prismáticos a un lado los agarró de nuevo y todos nos volvimos a pegar a las barandillas. La suerte iba a cambiar y aunque solo faltaba una hora para que oscureciera volvimos a creernos que las ballenas llegarían para alegrarnos la tarde.
Aun quedaban esperanzas
Mientras mirábamos la mar con más de mil ojos unas aletas negras mayores que las de un delfín aparecieron de repente al lado del barco. Por un momento y confundido por la espuma blanca que dejaron al sumergirse pense que se trataba de un grupo de orcas y grite todo lo que pude provocando algunos amagos de infarto en varias personas. Cuando las aletas aparecieron de nuevo me di cuenta de mi error y pude comprobar que se trataba de un pequeño grupo de calderones (Gobicephala melas). No era lo que esperaba pero al menos era algo, ya no podíamos pedir mucho más porque empezaba a anochecer y cada vez se veía menos.
Calderones de aleta larga (Gobicephala melas)
Cuando apenas quedaba algo de luz pudimos ver unas cuantas pardelas cenicientas y capirotadas surfeando las olas cerca del barco. Era evidente que estabamos en el lugar que llevábamos esperando durante horas pero desafortunadamente habíamos llegado tarde.
Había anochecido y el viaje llegaba a su fin. A la mañana siguiente llegaríamos de nuevo a Santurtzi tras tres dias de viaje. Nuestras espectativas no se habían cumplido pero a pesar de todo no estábamos tristes por ello, estabamos más tristes pensando que se había acabado el viaje y que probablemente pasarían varios meses hasta que nos volvieramos a reunir todos otra vez para hablar de ballenas y de aves marinas, a reirnos y a contarnos batallitas.
Una cosa que nunca debemos olvidar es que la Naturaleza es imprevisible y que al contrario que en un zoo o en un acuario, los animales no están enjaulados ni tienen un horario. Mientras nos despediamos después de desayunar sólo teníamos una cosa clara, el año que viene volveríamos a buscar a las ballenas. No se si veremos muchas, pocas o ninguna, si saltarán, si soplarán o si nadarán cerca del barco, pero allí estaremos y si no las vemos hablaremos de ellas.
Excelente: muy gráfico y con imágenes de los mejores momentos. Lástima por la falta de ballenas pero lo de los zifios en vuelo será muy dificil de repetir.Ayer 26/08/09 en Ajo un roscual nadaba al oeste a tres millas de la costa.
ResponderEliminarManda narices, nos vamos al carajo a ver rorcuales y tú los ves al lado de casa. Bueno, pues habrá que repetir para el año que viene.
ResponderEliminarun abrazote Jesús.
Te voy a dar yo zifio de Cuvier!!
ResponderEliminarXDDD
despues de todo lo que me tuviste que aguantar en la facultad todavía confundes el zifio de cuvier con el cachalote?
pvaldes
Pablo, no sólo era un zifio de Cuvier normal, sino un macho de zifio de Cuvier como la copa de un pino, con sus dos dientecitos y visto justo debajo del barco por mas de 60 personas a la vez. Me acuerdo como si fuera ahora porque fue de lo poco que vimos en esos días.
ResponderEliminarun saludpo
... y el nombre científico del Zifio de Cuvier es... :-)
ResponderEliminarpvaldes