Si el verano periodístico de 2015 se está caracterizando por algo es por la ausencia de un personaje atemorizante que llene las portadas de los diarios del país. Este año, ni medusas, ni perros asesinos, ni motos acuáticas, ni malvadas abejas aterrorizan a la población. Tan solo el calor sofocante sigue copando los titulares, aunque cada vez menos, ya que después de un mes de temperaturas asfixiantes poca gente se sigue sorprendiendo de que en verano las temperaturas superen los 40 ºC en gran parte de nuestra geografía.
Pero si hay una palabra que sigue siendo imprescindible para lograr un buen titular, sobre todo si se refiere a nuestra fauna, esa es la palabra "plaga". Cualquier concentración de animales, ya sean pequeños o grandes, que causen molestias, aunque sean mínimas, ya es tildada de plaga a las primeras de cambio. Todo periódico local que se precie tiene que incluir una plaga de vez en cuando. Gaviotas, estorninos y palomas son los protagonistas recurrentes de las plagas urbanas. Curiosamente, en un ambiente tan inhóspito como el de la mayoría de las ciudades, donde los ruidos del tráfico o de las interminables obras, la contaminación, o la suciedad ya nos parecen algo normal, nos molesta cada vez más los sonidos de las gaviotas o las cacas de los estorninos. Y los periodistas hacen malabarismos lingüísticos para calificar a esas especies sin repetirse.
En las ciudades la desconexión de la población con la naturaleza es algo cada vez más preocupante. Una desconexión que es la responsable de que la mayoría de los niños urbanos conozcan mejor a los animales de la sabana africana que a los que viven al lado de sus casas (Genovart et al., 2013), o que reconozcan sin problemas a un Tiranosaurio pero no sean capaces de identificar a un petirrojo.
Pero si en las ciudades podría ser explicable esa desconexión, lo que no parece fácil de entender es que también ocurra en los ambientes rurales, donde la población convive y ha convivido siempre con los animales, tanto domésticos como salvajes.
En las últimas semanas, las noticias sobre supuestas "plagas" han empezado a aparecer como setas en otoño. Y no se trata de una sola especie, sino de varias: insectos de todo tipo, murciélagos, gaviotas, estorninos o víboras se reparten estos días la atención mediática, y como si el mismísimo Jehová hubiera desatado su cólera como hace 3000 años había hecho con el pueblo egipcio, hordas de animales parecen haber llegado para arruinar el campo asturiano y a sus habitantes.
Hace tan solo unos años, tras la crisis de las vacas locas, la UE prohibió dejar el ganado muerto en el monte. Los ganaderos deberían pagar de su bolsillo el traslado de esos cadáveres para que fueran incinerados o bien contratar un seguro que se hiciera cargo del mismo. En ese momento, los ganaderos de montaña montaron en cólera y exigieron que se dejara a los buitres que hicieran ese trabajo, como habían hecho hasta entonces. Incluso hacían culpable a esa prohibición de que algunos buitres acuciados por el hambre llegaran a matar a sus animales.
Tras 10 años de veto, en el año 2012, el congreso de los diputados aprobó un decreto que permitía de nuevo que las reses muertas pudieran dejarse en el monte para que fueran los buitres los que se encargaran de ellas. Ese decreto fue acogido con satisfacción tanto por los ganaderos como por ecologistas, científicos y cazadores. Unos aplaudían la medida porque les suponía un claro beneficio económico y otros porque la población de aves carroñeras de España podría recuperarse después del bache que había significado esa década de prohibición.
¿Cómo se explica entonces ese cambio de opinión?
Pues la respuesta vuelve a ser la misma de siempre, el interés económico. Los ganaderos a los que les parece molestar que los buitres no se comporten en la mesa, y que hasta llegan a compadecerse de los ellos por si no hay suficiente comida para todos, lo que realmente les preocupa es que no puedan cobrar los daños de los lobos, ya que según ellos, una vez que desaparece el cadáver, también desaparecen las pruebas. Lo cierto es que los daños de lobo pueden ser detectados en un análisis postmorten, incluso después de que los animales hayan sido devorados por los buitres, ya que como bien saben los guardas que se encargan de evaluarlos, hay marcas en los huesos y rastros en el terreno que sirven como pruebas para detectarlos.
Para finalizar la noticia, los ganaderos reclaman al Principado que ponga en marcha "un plan de control de la población", o sea, que se deje de chorradas y empiece a matar buitres. Confió, aunque con ciertas dudas teniendo en cuenta los numerosos precedentes, que nuestros gobernantes no se dejen chantajear de nuevo por este colectivo y que expliquen, no solo a los ganaderos sino también al resto de la población, que los buitres, al igual que el resto de carroñeros, son una parte esencial del ecosistema, que evitan la transmisión de enfermedades al eliminar los restos de los animales muertos, muchos de ellos enfermos. Por otra parte, habría que resaltar que todas las especies de buitres, al igual que el resto de aves rapaces están estrictamente protegidas por nuestra legislación y que matarlos o simplemente molestarlos, puede acarrear importantes sanciones económicas e incluso penas de cárcel.
Por último, y como siempre suelo hacer en cada entrega de los cursos de ética periodística, sugiero a los autores de estos artículos que no se dejen llevar por el morbo y que se informen consultando a los expertos antes de dejar volar su imaginación. En todo caso, y si lo que pretenden es amedrentar a la población a falta de noticias más interesantes, les aconsejaría que publiquen un especial plagas, con entregas semanales dedicadas a una plaga distinta y que lo aderecen con frases del segundo libro del Pentateuco
"Toma tu vara y extiende tu mano sobre las aguas de Egipto (se puede cambiar Egipto por Asturias), sobre sus ríos, sobre sus canales, sobre sus estanques y sobre todos sus depósitos de agua; y ellas se convertirán en sangre. Habrá sangre en toda la tierra de Egipto (Asturias), hasta en los baldes de madera y en las vasijas de piedra"
Referencias
Genovart M, Tavecchia G, Enseñat JJ, Laiolo P. 2013. Holding up a mirror to the society: Children recognize exotic species much more than local ones. Biological Conservation 159: 484–489.