El pasado fin de semana estuve en la zona del Río Tirón, en la Rioja, y aprovechando que Fernando Martínez Freiría daba una charla sobre víboras en las mismas jornadas en la que yo estaba invitado para hablar sobre salamandras, compartí un par de días de muestreo con él y con Inés Freitas.
Fernando realizó su tesis doctoral (Martínez-Freiría, 2009) sobre la biología y la ecología de las víboras ibéricas en una zona de contacto entre las tres especies presentes en la Península Ibérica (Víbora de seoane, Víbora hocicuda y Víbora áspid) y tal como pude comprobar in situ es un apasionado de estos reptiles, odiados y temidos por mucha gente, pero también cargados con una pesada mochila de prejuicios, supersticiones y odios ancestrales, aunque lo cierto es que las mordeduras de víboras en España no llegan anualmente a la decena y los casos de muerte son aproximadamente de uno cada 5 años.
De las tres especies ibéricas, dos de ellas, la hocicuda (Vipera latastei) y la áspid (Vipera aspid) son propias de ambientes mediterráneos, al contrario que la Víbora cantábrica (Vipera seoane), que ocupa ambientes eurosiberianos.
Asimismo, las dos especies de víboras mediterráneas forman parte del clado aspid y se encuentran filogenéticamente más próximas entre sí que de la víbora cantábrica, que forma un clado diferenciado junto a la Vipera berus, que se distribuye por el norte de Europa. Ambos clados se seprararon hace unos 12 millones de años.
A pesar de que la víbora áspid y la víbora hocicuda se han diferenciado como especies independientes hace relativamente poco tiempo (8 millones de años), ocupan ambientes diferentes y normalmente la áspid prefiere lugares más frescos que la hocicuda, cuya distribución ocupa el centro y sur de la península ibérica y el norte de África.