En Asturias, sobre todo en las zonas bajas, la presencia de grandes masas de agua dulce es casi anecdótica y las pocas que se encuentran, a excepción de los ríos, son embalses dedicados a abastecer de agua a la industria o para consumo humano. Debido a esto, la mayoría de las anátidas y otras aves acuáticas reproductoras como fochas, somormujos y zampullines comunes se localizan en estas infraestructuras artificiales, algunas de las cuales se han ido naturalizando con el tiempo tras el crecimiento de abundante vegetación palustre. Por otra parte, en muchos de estos embalses se han soltado truchas, carpas y otras especies piscícolas para ser aprovechados como cotos de pesca intensiva.
La semana pasada, mientras daba un paseo por las orillas del embalse de La Barquera, en el río Nalón, observé a un zampullín que muy cerca de la orilla se sumergía continuamente saliendo a flote a los pocos segundos. En un primer momento no me llamó demasiado la atención pero cuando volví a pasar por el mismo lugar y volví a ver el mismo comportamiento sospeché que algo no iba bien. Me acerqué y comprobé que el zampullín estaba enredado y no podía liberase, así que me metí en el agua y al cogerlo en la mano observé que tenía un anzuelo clavado en el cuello del que colgaba un sedal que se había enredado a la vegetación.
Tras cortar el sedal comprobé que el ave estaba agotada y completamente empapada. Después del estrés sufrido y sin poder untarse con el aceite de su glándula uropigial, su plumaje había perdido su impermeabilidad y en esas condiciones, sin poder alimentarse y sin poder protegerse del frío, con toda seguridad se hubiera muerto de hambre o de hipotermia en unas pocas horas.