Hace unos días, haciendo limpieza en casa de mis padres, me encontré con un pequeño tesoro que creía perdido desde hacía mucho tiempo. En un cajón, escondido debajo de un montón de papeles, bolígrafos y llaveros, apareció uno de mis viejos cuadernos de campo, pero no uno cualquiera, uno muy especial.
En ese cuaderno estaban anotadas mis observaciones desde febrero a octubre de 1984. Solo tenéis que restar para daros cuenta del tiempo que ha pasado desde entonces. Por aquella época, ni yo ni ninguno de mis amigos tenía coche, pero todos los sábados nos arreglábamos para ir a ver bichos en autobús o a dedo, aunque lloviera, nevara o hiciera sol. La mayoría de los días íbamos a sitios cerca de casa, a la ría de Avilés, al puerto de El Musel o a la campiña en los alrededores de Oviedo.
No necesitábamos ir más lejos, disfrutábamos con los petirrojos, con los mirlos, con los limícolas de la ría, con los colimbos del puerto de Gijón o los tritones y renacuajos de un bebedero de ganado en Pola de Siero.
También por aquella época empecé a fijarme en los cormoranes moñudos, esos bichos negros que criaban en los acantilados cerca de la casa de mis padres en Novellana y que visitaba cada vez que iba por allí.
Y lo anotaba todo en aquel cuaderno. Apuntaba lo que hacían, el tiempo que pasaban buceando, los cortejos y también hacía dibujos donde marcaba los nidos que iba localizando. Y curiosamente, al visitar ahora las colonias me fijo en que algunas parejas, evidentemente no las mismas, siguen usando los mismos sitios para criar, en algunas de las grietas que había pintado hace tantos años.
No necesitábamos ir más lejos, disfrutábamos con los petirrojos, con los mirlos, con los limícolas de la ría, con los colimbos del puerto de Gijón o los tritones y renacuajos de un bebedero de ganado en Pola de Siero.
También por aquella época empecé a fijarme en los cormoranes moñudos, esos bichos negros que criaban en los acantilados cerca de la casa de mis padres en Novellana y que visitaba cada vez que iba por allí.
Y lo anotaba todo en aquel cuaderno. Apuntaba lo que hacían, el tiempo que pasaban buceando, los cortejos y también hacía dibujos donde marcaba los nidos que iba localizando. Y curiosamente, al visitar ahora las colonias me fijo en que algunas parejas, evidentemente no las mismas, siguen usando los mismos sitios para criar, en algunas de las grietas que había pintado hace tantos años.
Pero cuando digo que este cuaderno era especial y distinto a los anteriores y a los que vinieron después, es porque en él están apuntadas todas las observaciones de la primera excursión ornitológica fuera de Asturias, más concretamente a la Sierra de Cazorla, en un campamento que organizaba ADENA y en el que conocí a muchos de los amigos que afortunadamente aún conservo a día de hoy.