Uno de los casos de simbiosis más conocidos y más estudiados es el de los insectos polinizadores y las plantas angiospermas. Los insectos se encargan de transportar el polen de unas flores a otras, con lo que facilitan la fecundación cruzada minimizando la endogamia, y las plantas, a cambio, producen néctar para los ellos y les "regalan" parte del polen que producen en abundancia. De esta manera, tanto plantas como insectos salen beneficiados en esta relación. La prueba de que este pacto funciona es que lleva produciéndose desde hace 100 millones de años (Hu et al, 2008), a lo largo de los cuales se ha ido perfeccionando y sofisticando por el mecanismo de la coevolución.
Bombus terrestris polinizando una flor de Centaurea nigra
Para que esta relación funcione es necesario que se produzca un ajuste perfecto entre la floración de las plantas y la emergencia de los insectos, de forma que cuando los insectos aparezcan, las flores ya tengan las reservas de néctar repletas, el polen maduro y hayan desplegado todos sus atractivos para atraerlos hacia ellas. Si ese ajuste temporal no se produce, las flores se marchitarán sin haber sido fecundadas y los insectos se morirán de hambre.